Parte 1: «La muerte de Miguel Ángel, Florencia contra Roma»

Miguel Ángel Buonarroti, durante los últimos retazos de la historia de su vida se encuentra viviendo en Roma, en la calle Macel de’ Corvi (cerca de la Columna Trajana y la Iglesia de Santa María di Loreto), tenía un grupo de cercanos los cuales estuvieron en su compañía los últimos días de su vida, como el florentino residente en Roma, Tiberio Calcagni, quien es el primero en visualizar el mal estado que se encontraba el artista.

Tiberio decide escribir a Lionardo Buonarroti (sobrino de Miguel Ángel) actualmente residiendo en Florencia. Era un temor latente su probable deceso, considerando que estaba a tan solo tres semanas de cumplir 89 años, un hito notable para el promedio de la época. 

Miguel Ángel, quizás un tanto consciente de su condición, decide llamar a varios cercanos, entre ellos el artista Daniele da Volterra, solicitando nuevamente la presencia de Lionardo, esta carta iba firmada por Daniele y más abajo por Miguel Ángel, un trazado débil que sería el último que firmaría en su vida.

A pesar de todo, no perdía su vitalidad, y sus capacidades intelectuales se mantenían impunes, intentaba aún en las tardes salir a cabalgar (amaba los caballos), pero su débil cuerpo no se lo permitía, manteniéndose sentado junto al fuego (en vez de estar acostado, lo cual rechazaba).

No pasa más de un día para verse obligado a acostarse, en compañía de sus cercanos, Diomede Leoni, Daniele da Volterra, su criado Antonio del Francese y un noble romano, Tommaso de’ Cavalieri (un hombre cuarenta años menor que él y probablemente el amor de su vida). Finalmente, así muere el 18 de febrero a las 16:45 horas, para muchos el artista más famoso de todos los tiempos. 

Siendo aún muy joven, Miguel Ángel se convierte en un miembro de la casa de Lorenzo de Médici (El Magnífico), cuyo nombre es sinónimo de Renacimiento. Trabajó además para ocho papas, con los cuales estableció relaciones cercanas y confidenciales. Solo en la casa Médici tuvo cercanía con dos futuros papas, que fueron León X (reinado entre 1513-1521) y Clemente VII (15223-1534), ambos papas se referían sobre él con una emoción, como si hablasen del familiar más cercano y honorable. Clemente fallece en 1534, pero Miguel Ángel tendría treinta años más de vida y cuatro papas más a los cuales servir.

La basílica de San Pedro se fue erigiendo bajo su dirección (lentamente), en un proceso que Roma y sus alrededores fueron también cambiando. Por ejemplo, se funda la orden de los jesuitas y se origina la Inquisición romana, junto con la división en Europa entre católicos y protestantes.

Al día siguiente de su muerte se lleva a cabo el inventario de su muerte, con una casa que daba la impresión de pertenecer a una persona pobre. En su establo se encontraba aún su caballo, y en la cocina prácticamente no había nada para alimentarse. En la bodega había dos estatuas inacabadas una de San Pedro (que puede incluso que fuese una efigie de Julio II, pensada para decorar la tumba de este), la otra era un cristo con otra figura encima (adicional, pero menos destacable, había una estatuilla de un cristo portando la cruz, también inacabada).

En su habitación se encuentran algunos bocetos (muy pocos si pensamos en todos los que hizo en su vida), muy probablemente correspondientes a los proyectos que se estaban construyendo en ese momento, principalmente la basílica de San Pedro. Pero, Miguel Ángel destruye en hogueras, deliberadamente, muchos de estos bocetos, incluso hay una hoguera que estaba prendida poco antes de su muerte.

También se encuentra un baúl de nogal, que contenía una suma importante de dinero, que hace recordar frases de él como: “por rico que haya podido ser, siempre he vivido como un pobre”. Esto pensando en que lo que tenía en ese baúl era una fortuna (lo que había en su dormitorio era tan solo unos ducados menos que lo pagado por Elena di Toledo, esposa de Cosme de Médici, hace tan solo 15 años por una de las viviendas más grandiosas de Florencia, el palacio Palazzo Pitti), y probablemente esto representaba la mitad de su fortuna, ya que lo principal estaba invertido en inmuebles.

En el momento de su muerte las alabanzas lo calificaban de divino, algo que comparte con otras figuras culturales importantes, como Dante, por citar un ejemplo. La intensidad de su veneración fue tan grande, que hubo “dos funerales y dos entierros”, en lugares distintos, una disputa cuya historia configura una fascinante historia.

Su primer funeral y entierro fue en la iglesia de los Santos Apóstoles (cerca de la casa de Macel de’ Corvi). El papa Pío IV manifiesta la intención de erigir un monumento en honor al difunto, en nada menos que la basílica de San Pedro (que aún no terminada, de hecho, no tenía su famosa cúpula aún). Toda la situación le pareció intolerable al duque Cosme de Médici, que por muchos años trató de traer de vuelta a Miguel Ángel a Florencia, no iba a permitir que Roma se quedase su cadáver, es así como produce un estrafalario plan que recuerda a lo ocurrido con el cadáver de San Marcos que fue robado por comerciantes venecianos en Alejandría.

Su sobrino Lionardo, que estaba a favor del entierro en Florencia, no alcanza a llegar al primer funeral para impedirlo, es así como el cadáver es sacado de contrabando de la ciudad por unos mercaderes, en una “bala de heno” (lo que se usa para alimentar caballos, aunque suene increíble), para que nadie sospechase y frustrase el plan.

Así es como en Florencia se organiza un nuevo funeral, el sábado 11 de marzo. El cadáver es trasladado a la cripta de la Congregación de la Asunción (detrás del altar de San Pier Maggiore), donde se congregaron los artistas florentinos, frente a un ataúd cubierto por un paño de terciopelo ricamente bordado en oro. Luego es trasladado a la basílica gótica de la Santa Croce, en el corazón del barrio donde siempre vivió su familia, y prontamente se forma una multitud alrededor del cadáver (a medida que se iba esparciendo el rumor de a quien pertenecía).

Vicenzo Borghini, un cortesano y representante de los Médici, por satisfacer su propia curiosidad y la de todos los presentes. Lo que sorprendió a todos, pensando en que llevaba ya un mes muerto, fue ver su cuerpo sin ningún signo de descomposición, y referenciando a los santos, un signo de santidad es un cuerpo “incorrupto”.