Revolución Francesa

Parte 12: República v/s Revolucionarios «El inicio de la Política del Terror»

El año 1793, no fue precisamente el mejor año de la («nueva») República, solo pensemos en lo acontecido hasta el momento, partiendo por la “revuelta federalista” que se extendía de Burdeos a Lyon, la «insurrección de la Vendée» en su ápice con la caída de ciudades como Angers y Saummur, y el reciente conflicto en Córcega, que al mando del moderado Paoli, se apartaban de la Convención y se disponía a constituir como República independiente.

En cuanto a la situación en el exterior, no era tan distinto el panorama, con la pérdida de Bélgica, la rendición de Maguncia ante los prusianos y la invasión en el sur de Rosellón por parte de los españoles (atacados por todos los flancos prácticamente).

La Convención no tardó en reaccionar ante la crisis, por medio de un inmenso esfuerzo de movilización y reorganización, para lograr “recuperar” sus ejércitos y así su soberanía. Los resultados se vuelven visibles en como durante aquel verano varias ciudades de la revuelta federalista fueron volviendo a manos de los republicanos y tan solo las más grandes quedarían en rebelión (Lyon y Burdeos), pero que caerían en octubre del mismo año (no se recupera solamente la ciudad de Toulon, que fue entregada a los británicos). En el mes de agosto se logra, además, frenar el avance de los vandeanos y en las fronteras se logra evitar el desmoronamiento de su soberanía, en conclusión, todo iba mejorando para la República.

El éxito fue su mejor carta para justificar su criticada política de «concentración» de todo el poder en las manos de la Convención y en sus comités (en especial el Comité de Salvación Pública). Si bien sabemos que dicho comité debía renovarse cada mes (por ejemplo, inicia con Danton, pero luego entra Robespierre, Saint-Just y Couthon, entre otros tecnócratas capacitados), la verdad es que se mantiene con escasas variaciones durante el periodo de la República Jacobina.

Para la política jacobina, quedaba un gran problema, la movilización de los sans-culottes, debido a que no hay que olvidar que fueron los artífices del ascenso al poder de los jacobinos, por lo tanto, no se podía hacer oídos sordos a sus demandas.

La nueva Constitución elaborada, no exenta de dificultades, en junio de 1793, debió incluir muchas de estas reivindicaciones de los sans-culottes (como el “derecho a la subsistencia” o el “derecho a la insurrección”). Pero los dirigentes jacobinos entendían bien que había que cortar las alas a los movimientos de las secciones, en donde se encontraban los sans-culottes (en otras palabras, impedir que sus acciones insurreccionales y sus métodos de democracia “directa”, paralizaran el avance político).

Estos temores de los jacobinos, no pudieron estar más lejos de la realidad, al ver que los “enragés” no se conformaron con la nueva Constitución, y podemos ver que el 25 de junio, el enragé Jacques Roux, presentaba en la Convención una petición mostrando su insatisfacción ante la Constitución (aludiendo que no resolvía el problema de la diferencia entre ricos y pobres), mediante proclamas subversivas ataca a los líderes jabinos. Robespierre y Marat condenaron a Roux como un intrigante, y forzaron su expulsión de los cordeliers (grupo político al cual pertenecía).

La salida de Roux no apaciguó en nada la escalada de demagogia de los sans-culottes, y todo escala hasta el asesinato de Marat, el 13 de julio en manos de Charlotte Corday, una girondina exaltada. Una perdida muy sensible, ya que era considerado como “el amigo del pueblo”. La Convención viéndose un poco sobrepasada, promulga algunas medidas para calmar la agitación entre julio y agosto. Entre lo que se puede mencionar resumidamente está la pena de muerte para los acaparadores, institución de “graneros de abundancia” (garantizando con ellos el abastecimiento y a un precio justo) y el cierre de la bolsa (en lo que vemos la ruptura entre la Revolución y el liberalismo económico).

Esta muerte desencadena una oleada de emoción y devoción popular, incluso elevándolo a mártir de la Revolución. El célebre pintor, Jacques-Louis David pinta un óleo pocas semanas después, que actualmente se expone en Versalles, y es una de las pinturas emblema de la Revolución y del arte en general .

«Muerte de Marat»

Si bien fueron avances importantes, los enragés, no conformes, en septiembre protagonizan una nueva arremetida revolucionaria. El 4 de agosto, militantes de las secciones alentados desde la Comuna por Chaumette y Hébert, se toman el ayuntamiento a grito de “!pan, pan¡”. Al día siguiente en respuesta a esto, se lee públicamente en la Convención una petición que reclama la guillotina para los insurrectos, y desde el Club de los Jacobinos es donde la respuesta fue más drástica, proponiendo la muerte inmediata de todos y poner el terror en el orden del día. Los diputados al ver esto tuvieron dos reacciones, por una parte fue decidir que era el momento de poner orden en las secciones y sobretodo en los sans-culottes (se procede al arresto de los líderes enragés, como Roux y Hébert, y los comités revolucionarios quedan bajo el control del Comité de Salvación Pública), y la segunda acción fue suprimir la permanencia de las Asambleas de las secciones, ahora solo podían reunirse dos veces por semana (incluso había que pagar una cuota desde este momento para participar en ellas), para evitar que algunos pocos exaltados dominaran a su antojo estas asambleas locales y las utilizaran como un objeto de insurrección.

El Comité de Salvación Pública entendiendo que solo reprimir a los contrarios no era el camino más estratégico, inicia un proceso de negociación con los sublevados, acepta su principal exigencia la cual era “institucionalizar el terror”. Para explicar en que consistía, hay que abarcar dos tópicos, primero, el “terror económico”, con la imposición de un máximo general de precios (para garantizar la subsistencia de los pobres y aprovisionar al ejército), requisas, registros domiciliarios y detención de acaparadores. Segundo, el “terror político”, con la ley de sospechosos del 17 de septiembre puso en el punto de mira a una gran parte de la sociedad francesa (no solo nobles y curas refractarios, también parientes de emigrados, extranjeros, supuestos acaparadores, funcionarios destituidos, etc), generando hasta agosto de 1794 unos 500.000 detenidos bajo sospecha, todo un Estado policial.

De la insurrección del 10 de agosto de 1792, el municipio de París queda dirigido por una “Asamblea”, compuesta por “comisarios” de los distintos distritos de la ciudad, y funcionó como una autoridad en la práctica «independiente».

La Comuna de París

En todo ese tumulto, los Comités revolucionarios comenzaron a ejercer un control ideológico sobre la población asustada, con la concesión de “certificados de civismo”, que eran vital para escapar de las detenciones arbitrarias o los registros domiciliarios.

El Tribunal Revolucionario, al que reprochaban su falta de rigor, ahora redobló su actividad. Así es como en septiembre y octubre se organizaron grandes procesos en contra de los monárquicos, feuillants y girondinos, concluyendo en la ejecución el 31 de octubre de 22 girondinos (entre ellos Brissot) y otros 70 encerrados (quienes serían liberados luego de que derrocaran a Robespierre).

Desde la toma de la Bastilla se hace realidad una de las principales demandas de la filosofía de la Ilustración, eliminar la censura de ciertas obras impresas, que impedía secundariamente un debate libre entre las personas. Esto repercute de manera espectacular en los periódicos, ya que en el segundo semestre de 1789 se crean 250 periódicos y en agosto de 1792 ya habían 500 (solo en París). Hubo periódicos de cada una de las tendencias políticas y para cada público, fue tanto su poder que generó problemas hasta en el mismo gobierno por medio de publicaciones que afrontaban a personajes importantes, como el mismo Robespierre.

La prensa y la explosión editorial

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