Parte 11: Inicios de la República Jacobina y caída de los girondinos
Hasta febrero de 1793 la nueva República francesa, había logrado hacerse de algunas victorias en la guerra contra las potencias extranjeras (sobretodo en Holanda). Pero, el punto de quiebre inicia con la batalla de Neerwinden, el 18 de marzo, que si bien no fue una derrota, las pérdidas fueron tan importantes que hicieron tambalear al sistema francés.
Dumouriez, comandante del ejército revolucionario, culpando a los dirigentes de París del revés, planeó un golpe de Estado. Pero al ver que nadie lo siguió, decide pasarse al bando enemigo con once generales más. Todo ello obedecía a una conspiración de algunos elementos contrarrevolucionarios en el interior del país, con el único fin de provocar la derrota militar de la República y así aplastar la Revolución. Robespierre había predicho estos movimientos, y constató que los traidores descubiertos de momento, coincidían sospechosamente con líderes girondinos.
El temor a la contrarrevolución en marzo de 1793 se vuelve omnipresente, por ejemplo, en el grupo de los sans-culottes, denunciaban a los acaparadores de bienes de consumo básico (que provocaban así su encarecimiento), llegando a pedir incluso pena de muerte en contra de ellos. En la mentalidad de este grupo, las carencias que sufría el pueblo eran a raíz de una conspiración urdida por aristócratas con apoyo de los girondinos (con su política económica liberal), los mismos que defendieron a Luis XVI y propiciaron la derrota francesa en Bélgica. En las “provincias”, por su parte, la contrarrevolución tenía otra cara, ya que las dificultades económicas y la política religiosa fueron erosionando el apoyo a la Revolución, esto se ve en la «gran leva» (reclutamiento militar) por parte de la convención (un llamado de 300.000 hombres en febrero de ese año), provoca resistencia violenta en muchos lugares, sobretodo en el oeste, en las regiones de Anjou y Bretaña, donde hubo una rebelión en toda su expresión.
El 11 de marzo 3.000 campesinos, con picas, hachas y hoces, al son de himnos religiosos, asaltaron una ciudad del departamento bretón de la Vendée, Machecoul. Este grupo asesino a 40 ciudadanos asociados al régimen republicano y una cura constitucional, se hicieron además de 500 prisioneros, los que fueron siendo asesinados con el paso de los días. Esta revuelta se extendió rápidamente, de la mano de líderes como Cathelineau, La Rochejaquelein y Charette. En tan solo un mes, un gran territorio queda fuera del poder de la República, amenazando con seguir su expansión (el territorio era de los «Países del Loira», un gran paisaje de colinas y prados, con muchos árboles, que dificultaba la movilidad de las tropas y daba ventaja a los locales).
La Revolución se veía de nuevo en peligro, con enemigos internos y externos, eran necesarias medidas de emergencia. Fue así como surgen dos nuevas instituciones que marcan el curso que seguirá la Revolución: el “Tribunal Revolucionario” y el “Comité de Salvación Pública”.
El “Tribunal Revolucionario”, había ya sido exigido por los sans-culottes desde hace ya un tiempo. Su misión era reprimir de forma más eficaz cualquier trama contrarrevolucionaria mediante una justicia “expedita”. Fue instituido por la Convención el 10 de marzo, y se componía de nueve jueces y un jurado. Los diputados girondinos en el debate previo se oponían rotundamente a la instauración del Tribunal, debido a que visionaban una nueva “Inquisición” en ello, pero Danton (abogado, político y líder jacobino) se impone con una célebre frase: “Seamos terribles para que el pueblo no tenga que serlo”.
Por su parte, ¿En qué consistía el “Comité de Salvación Pública”? para explicarlo debemos volver a Danton y su recién mencionada frase, ya que en ese mismo discurso refuerza que los diputados deben motivar a los ciudadanos de los diversos departamentos para alentar su patriotismo (en pro de un esfuerzo belicista, para reforzar sus frentes de guerra). Y también solicita mayor preocupación en la “organización del ministerio”, ya que se requerían ineludiblemente, debido a que el “Consejo Ejecutivo Provisional” no tenía el poder necesario para dirigir y se encontraba, por lo demás, muy desconectado de la Asamblea. La idea final, era que una comisión de la Convención fuese dotada de poderes ejecutivos aplicara de forma inmediata las decisiones de la Asamblea (de igual manera los girondinos criticaron esto, porque se veía como una nueva forma de despotismo de la Asamblea, con potencial de ser tan temible y arbitrario como el de la monarquía). Todo concluye con la formación del “Comité de Salvación Pública”, que fue llamado como un “despotismo de libertad” por Marat. Era una comisión de 12 diputados, que se renovaban cada mes, se ocuparían de controlar a los ministros y coordinar la guerra tanto externa como interna, se sumaba al existente “Comité de Seguridad General”.
Paralelamente en la Convención los “montañeses” asumen reivindicaciones del movimiento sans-culotte (a las que antes se habían mostrado reticentes). Fue así que se comienzan a adoptar medidas de control económico que rompían con la línea liberal dominante hasta entonces. Se fijó un primer tope de precios (estableciéndose además el curso obligatorio del mismo, para evitar la inflación) y se decretó un impuesto para el estado (forzado) por parte de los más ricos.
«La caída de los girondinos»
Las nuevas políticas de salvación nacional iban ganando adeptos en la “llanura” (denominación vulgar para los políticos de la Convención que no pertenecían a los líderes), pero los girondinos seguían opuestos a la línea jacobina.
Vergniaud (el mejor orador del partido girondino), se alzaba el 13 de marzo para pedir que se pusiera fin a la Revolución. Los girondinos acosados por los sans-culottes de las secciones, a los que seguían denunciando como “anarquistas”, deciden encontrar en la propia Convención una víctima, Marat, el propiciador del «despotismo de la libertad», quien a su vez acusaba a los girondinos de cómplices criminales de la realeza y enemigos de la libertad.
El 13 de abril Marat es acusado por la mayoría de la Convención y llevado al Tribunal Revolucionario, lo que parecía una primera victoria de moderados frente a los extremistas, pero, tan solo diez días después, es absuelto y retorna triunfal a la Asamblea.
Los girondinos al mes siguiente realizan un nuevo movimiento, forman una comisión parlamentaria, que llamaron el “Comité de los Doce”, cuya misión fue investigar la supuesta conspiración de los “enragés” (grupo radical relacionado con los sans-culottes) de la Comuna contra la Convención. El Comité formado exclusivamente por girondinos, confirma la acusación y así es como el 24 de mayo son detenidos los cabecillas enragés, Hébert y Varlet. Al día siguiente el girondino “Isnard” laza una advertencia en la Convención, de si los sans-culottes atacan al Parlamento “París será aniquilada y habrá que buscar en los márgenes del Sena los desaparecidos vestigios de la ciudad” (una clara amenaza de una posible sublevación de los departamentos en contra de la capital).
Haría en este escenario su aparición Robespierre, que invitaba abiertamente al pueblo a ponerse en insurrección contra los “diputados corruptos”. Robespierre ya sabía que las secciones habían formado un «comité insurreccional», y el 31 de mayo una delegación de este comité, liderada por Hanriot (acompañado por guardias sans-culottes), acude a la Comuna para exponer sus demandas, tales como impuestos a los ricos, arresto de los diputados girondinos, ejército revolucionario remunerado, entre otros. Esta comisión tuvo repercusión social, y siguió escalando, hasta presentarse en la Convención, donde exige la detención de 22 diputados girondinos (acusados de conspiradores). Así es como se produce una tensa discusión entre los girondinos y los montañeses (líderes Jacobinos de la Convención), en presencia de exaltados sans-culottes con picas y fusiles. El resultado de todo fue que la mayoría de la Convención se inclina en favor de los acusados y se traspasa el caso al Comité de Salvación Pública.
El 2 de junio, los sans-culottes vuelven a la Asamblea, pero ahora decididos a no irse con las manos vacías. Un diputado de la Convención sale a hablar con el líder enragé, Hanriot, pero este solo espeta la amenaza de volar todo sino entregaban a los 22 diputados gironginos conspiradores. La convención encontrándose sitiada, es cuando los jacobinos deciden aprovechar el momento para votar la detención de 29 diputados girondinos. Terminan siendo puestos bajo arresto domiciliario, aunque unos pocos logran escapar y se refugian en Caen, desde donde denuncian a la Comuna como una conspiradora y motivan a la rebelión de las ciudades de provincias contra una capital en poder de los extremistas.
Pero ¿Cuál era la situación en otras ciudades? Sabemos que, en ciudades como Marsella y Lyon, igual hubo pugnas entre jacobinos y moderados, parecido a lo de París, pero con un desenlace distinto, ya que las élites comerciantes y profesionales liberales fueron capaces de movilizar a las secciones locales y desplazar del poder a los jacobinos locales. Por lo que el “putsch” parisino del 2 de junio, solo precipitó una rebelión general francesa en su contra, donde un tercio de los departamentos del país se alzaron en su contra.
Los jacobinos atribuían a este alzamiento en su contra, un objetivo antinacional, de crear una red de repúblicas independientes o “federales” (símil a los Estados Unidos), de aquí proviene el término de “revuelta federalista” con el cual se le denominó.