Revolución Francesa

Parte 9: «Asalto a las Tullerías»

En un París dispuesto a la guerra, fortalecido con la llegada de tropas federadas (marselleses, bretones, etc) y un movimiento de los sans-culottes en su apogeo, llega la provocación final. El duque de Brunskwick, prusiano, publica un manifiesto advirtiendo a los franceses que si causaban algún daño a Luis XVI, las tropas austríacas y prusianas arrasarían parís. Su objetivo era solo intimidar o en el mejor de los casos propiciar un golpe de Estado monárquico en la capital, pero el efecto fue todo lo contrario.

La insurrección ya se estaba preparando de antes del manifiesto del 3 de agosto (de Brunswick). Si bien hubo intervención de los jacobinos en este proceso insurreccional (a través de Robespierre), los verdaderos canalizadores del movimiento fueron las «secciones» de París. Sus representantes formaron un comité secreto y el 4 de agosto exigieron a la Asamblea decretar la destitución de Luis XVI antes de cinco días.

Expirado el plazo, el 10 de agosto de 1792 invaden el Ayuntamiento, estableciendo una “Comuna insurreccional” (paralela a la legal) en la que figuraron Danton y Robespierre. A primera hora van al asalto de las Tullerías, palacio que se encontraba custodiado por un millar de guardias suizos y 2.000 guardias nacionales. Los defensores fueron masacrados, pese a que Luis XVI había dado la orden de alto al fuego, los asaltantes atacaron sin piedad, muriendo cerca de 900 defensores (muchos de ellos linchados por la multitud cuando los trasladaban al Ayuntamiento).

La Asamblea teniendo menos de un tercio de los diputados presentes, no tuvo más opción que acatar la voluntad del pueblo armado. Luis XVI fue suspendido de su cargo y así la monarquía era ahora parte del pasado, como lo demostraron los sans-culottes al destruir toda estatua referente a la monarquía.

Se aprobó la convocatoria de una Convención constitucional, para redactar un nuevo texto, pero uno de carácter «republicano» (en relación al anterior con aún un carácter monárquico). Mientras tanto, tomaría el poder un Consejo Ejecutivo, formado por los girondinos destituidos una semanas atrás (Roland, Claviére y Servan), junto a líderes Jacobinos (Danton, Lebrun y Monge), aunque el poder principal estaba en la Comuna insurreccional, que luego de la victoria de la revuelta, se instaló en el Ayuntamiento, anulando a la Comuna “legal” previa, asumiendo así todo el poder en la capital (sometió a la Guardia Nacional, ordenó el arresto de todos los sospechosos y suprimió los periódicos no afines).

Los girondinos al ver que frente al gobierno provisional y la Asamblea se erigía un poder local incontrolable en permanente estado de insurrección, denunciaron la usurpación y dictadura de la nueva municipalidad. El 30 de agosto la Asamblea llega a incluso declarar “ilegal” la comuna, pero tan solo pasarían tres días para dar marcha atrás debido al avance de las tropas austro-prusianas, que el 22 de agosto habían tomado la ciudadela fronteriza de Longwy y el 2 de septiembre lo mismo con Verdún.

Había que hacer un esfuerzo desesperado de defensa, y este solo podía vencer de los insurrectos vencedores del 10 de agosto. La Comuna logró reunir el armamento y el equipo necesarios para que 20.000 voluntarios pudieran partir al frente, y anunció además el reclutamiento de otros 60.000 hombres.

Sin embargo, lo patriótico de todos estos hechos, tuvo un revés, con la llamada al aniquilamiento de los supuestos enemigos internos de la Revolución.

En las semanas posteriores al 10 de agosto, se pone en juego una de las primeras políticas de terror (solo el inicio de lo que estaría por venir), fue impulsado por la «Comuna», que el 17 de agosto crea un tribunal extraordinario con la misión de juzgar a todos los sospechosos de actividad contrarrevolucionaria. Cuatro días después es condenado un secretario del rey por conspiración, y es quien estrena un artilugio recién inventado, “la guillotina”. Luego de ella la Comuna, era autorizada para efectuar visitas domiciliarias a personas sospechosas, por lo que no pasaría mucho tiempo hasta que las cárceles se llenan de supuestos traidores y conspiradores, sobretodo oficiales del ejército y curas refractarios. Desde 1792, es que París se vuelve un verdadero Estado policial, situación que perdura por los dos años siguientes.

El problema se agravó más, ya que había quienes creían que las redadas policiales no eran suficientes, y se hace el llamado a “librar de ellos a la sociedad”. Fue así como el 2 de septiembre, mientras se procedía al alistamiento de voluntarios y Danton pronunciaba el discurso de “audacia y más audacia” (que debían tener los revolucionarios), grupos de sans-culottes se dirigieron a cárceles de la ciudad para acabar con esta amenaza. Armados con picas, hachas, cuchillos, sables, y prácticamente de todo, durante cuatro días se dedicaron a localizar a los traidores y matarlos. No fue algo sistemático o planificado, fue medianamente “espontáneo”, aunque las autoridades no hicieron nada por detenerlos.

El miedo a la próxima invasión extranjera se transformó en paranoia frente a un enemigo imaginario interno (el formado por los contrarrevolucionarios encarcelados, que estaría listo para una supuesta traición por medio de un levantamiento, mientras el pueblo se jugaba la vida en el frente de batalla), que detonó en la lamentable masacre. ¿Quién fue el responsable de los hechos? Estaba la polémica, porque estrictamente la autoridad no participó de los hechos, pero tampoco hizo nada para evitarlo, visto en la pasividad del alcalde Pétion de Villeneuve. Danton por su parte justificaba lo ocurrido, como algo simplemente “necesario”, recordar que era el ministro de Justicia en ese momento.

«La masacre de septiembre»

Los autores de las matanzas fueron llamados los “septembriseurs”, estaban convencidos que actuaban en defensa de la nación. A los presos se les sometía a un juicio improvisado, los que eran absueltos eran acompañados por los mismos verdugos a casa, pero los condonados eran asesinados de forma horrible. Se calculan unas 1.400 víctimas, la mitad eran prisioneros de las cárceles, número que corresponde solo a París, ya que en otras ciudades hubo más muertos, como en Meaux, Reims, Lyon o Marsella.

La Victoria en Valmy

Otro motivo por el cual las autoridades no denunciaron las atrocidades ocurridas, fue la psicosis que se generó a raíz de la incertidumbre de la guerra en las fronteras. El 20 de septiembre, llega la noticia de que en las proximidades de Valmy (pueblo entre Verdún y París) el ejército francés dirigido por Kellermann, formado por 50.000 hombres, logra frenar el avance de las tropas prusianas, que estaban al mando de Brunswick, quien termina ordenando la retirada de sus hombres.

Las autoridades francesas celebraron esto como un triunfo épico, que demostraba la superioridad de un ejército inspirado solo por el patriotismo. Aunque, hay que lamentablemente mencionar que el ejército francés que luchó en Valmy, era esencialmente el heredado del Antiguo Régimen, y de épico no tuvo nada, ya que fue solo un intercambio de cañonazos y se terminó con menos de 500 muertos en ambos bandos. Pero es innegable que su importancia “simbólica” es enorme, ya que era la primera victoria del pueblo “libre” en contra de las monarquías absolutistas, y para muchos es el hito que marca el inicio de una nueva era. Al día siguiente la Convención Constitucional pudo reunirse tranquilamente, sin el miedo de que alguien impidiera su proceso.

El general kellerman a fin de detener el avance de las tropas austroprusianas, lideradas por el duque de Brunswick, se situó en una colina próxima a la aldea de Valmy. En un comienzo los franceses recibieron durante horas un bombardeo que les causó unas 300 bajas. Pero Kellermann mantuvo la calma, y logra rechazar dos intentos de asaltos del enemigo. Brunswick, viendo lo cansado que estaban sus hombres, y la resistencia francesa (entonando la Marsellesa), ordena la retirada enemiga.

Batalla de Valmy

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