Parte 8: «Guerra contra Francia», El ataque de los absolutistas europeos
Durante el invierno de 1791-1792 en toda instancia en Francia se debatía sobre la guerra. Los feuillants eran reacios a toda aventura bélica, argumentando que el reciente aprobado régimen constitucional necesitaba de un periodo de paz para asentarse y se afirmaban de un argumento en la Constitución que hablaba que la “Nación francesa renuncia a hacer conquistas y no empleará su fuerza…”. Pero, el monarca al que estos mismos pretendían servir, Luis XVI, pensaba todo lo contrario, ya que una derrota francesa en la guerra (inevitable para él, por la escasa preparación de un ejército), conduciría inevitablemente a la restauración de su propio poder, a través de un congreso internacional.
En el bando “constitucional”, hombres como Lafayatte, apoyaban la guerra, por una mera pretensión personal, que le diera la victoria y la popularidad para llegar al gobierno (o, ¿A la dictadura?, como algunos especulaban de sus intenciones).
Pero quienes llevaban la voz principal en este asunto, fueron los girondinos, por medio de Brissot desde el mes de octubre, que presionaba fuertemente a armarse como nación, defendiendo con su bancada dicha visión en la opinión pública (con personalidades como Isnard y Vergniaud), proclamaba que la guerra era la prolongación del impulso revolucionario de 1789, un acto más de su hazaña en pro de la libertad de la nación. Por este periodo es que se organiza de forma sistemática la difusión masiva en países extranjeros de folletos y proclamas que invitaban a la insurrección.
En este frente revolucionario “radical” solo Robespierre se negó a entregarse a este fervor despertado por los girodinos, haciendo honor a su apodo del “incorruptible”, desde su tribuna en los jacobinos no dudó (poniendo en juego su popularidad) en denunciar los riesgos de lanzarse a una aventura bélica. Aunque dicho temor estaba más en el miedo a poner la dirección de las operaciones militares en manos de los ministros del rey y de generales aristócratas (a los que veía como traidores potenciales).
En los primeros meses de 1792, la escalada de tensión seguía su curso, y el 25 de enero, la Asamblea plantea un ultimátum al emperador, este debía retirar sus tropas de la frontera antes de un mes. Mientras que por su parte Austria y Prusia, formalizaron una alianza militar, con el compromiso de aportar cada una con 60.000 soldados para invadir Francia.
El emperador Leopoldo fallece el 1 de marzo, pero eso solo despeja el camino a la guerra, ya que su hijo, Francisco II, un joven de tan solo 24 años, ansioso de gloria militar, secunda con gusto todo plan belicista de sus consejeros.
En ese mismo mes, Luis XVI hace su propuesta más arriesgada, destituir a sus ministros feuillants (ya francamente desacreditados por la opinión pública, por su pacifismo), e incorpora a tres girondinos: Roland, Servan y Claviére, con el Dumouriez como ministro de Asuntos Exteriores. En un clima de un fuerte fervor patriótico, el 20 de abril de 1972, la Asamblea declara la guerra a Austria, ocupando como argumento una exigencia austríaca en torno a los príncipes con posesiones en Alsacia.
En las pocas semanas de que iniciaran los enfrentamientos en Flandes (recordar que es territorio austriaco aun), los malos augurios de Robespierre se cumplieron. La ofensiva francesa sobre Bélgica fue un fracaso y los generales franceses recomendaron al gobierno firmar la paz. En París los revolucionarios culparon de estos problemas a los contrarios a la Revolución, el clero refractario, la aristocracia y el monarca. En ese escenario`, la Asamblea instó a Luis XVI a sancionar el decreto contra los curas refractarios (que hasta ese punto medianamente los protegía) y también le exigieron medidas que le quitaban poder efectivo como monarca, entre ellas: la supresión de su guardia personal y el permiso para establecer cerca de París un campo de 20.000 federados para celebrar la fiesta del 14 de julio. Luis cede a suprimir su guardia, pero rechaza las otras demandas. Los ministros girondinos, Roland, Servan y Claviére fueron destituidos y Dumouriez (el inspirador de toda la maniobra), renuncia al cargo de ministro, para marchar al frente de guerra.
La Revolución de los “sans-culottes”:
Con la mala experiencia con los girondinos, Luis XVI decide hacer volver a los feuillants al poder, ya decididos a terminar la Revolución. Pero el ambiente había cambiado mucho el último tiempo, debido a que la situación económica era insostenible, hubo malas cosechas y los ricos eran reticentes en el uso del “assignat” como papel moneda, provocando en conjunto una inflación descontrolada. Así fue como en los sectores rurales surgen bandas de campesinos y en los urbanos motines que exigían la fijación de precios, a veces muy violentos (como en la ciudad de Étampes, donde su alcalde es asesinado).
En París la movilización popular toma un segundo aire, y la ley Le Chapelier contraria a las sociedades populares, se disuelve en el aire y con la tolerancia a ellas del nuevo alcalde, Pétion, un amigo de Robespierre y los girondinos, el Club de los Cordeliers se vuelve a organizar.
Surge una nueva instancia de movilización popular, las “secciones”. En mayo de 1790, París queda dividido en 48 secciones (distritos), cada una de las cuales tenía una asamblea electa. En un inicio la participación estaba reservada para los ciudadanos activos, y se reunían un par de veces por semana. Pero, en los primeros meses de 1792 creció y algunas secciones se declararon en reunión permanente. El alcalde Petión incluso accede a distribuirles armas. Entonces las secciones pasaron a ser la instancia por medio la cual el pueblo interviene directamente en la política.
Se comienza a generar un movimiento del pueblo más humilde, compuesto por artesanos y tenderos (propietario de tienda), que se comienzan a llamar “sans-culottes”, que entran en escena el 20 de junio de 1792.
Ese día 15.000 manifestantes contrarios al rey, desde las secciones fueron a protestar en contra del rey (bajo el pretexto de celebrar el aniversario del juramento del Juego de Pelota. Si primera para fue la Asamblea, donde entregaron una petición, y desde ahí al palacio de las Tullerías, que estaba indefenso (recordar que la guardia real fue disuelta). Tras traer un cañón, invaden el edificio, Luis XVI se vio rodeado de sans-culottes, que lo empujaban, lo hacían brindar con ellos y el calaron el gorro frigio (símbolo de la Revolución), tras varias horas de acoso y de tratar de obligarlo a rectificar sus últimas decisiones, se mantiene firme. Es salvado por el alcalde, quien logra convencer a los manifestantes para su retiro del lugar.
El motín sin provocar su objetivo, solo provocó ánimos de solidaridad a favor del rey, ya que los diputados entendían que no era solo un ataque a la monarquía, sino que también a la legalidad constitucional. Lafayette propone tomar medidas drásticas contra los clubes y la prensa, pero los diputados luego de presenciar el disturbio, sentían que era muy peligroso tomar una medida así y muchos incluso dejaron sus funciones, resguardándose en sus casas debido a que la Guardia Nacional ya no era suficiente para controlar esta ola Revolucionaria.
Los Revolucionarios quedaron entonces libres para derrocamiento de la monarquía. En ese momento, llega a París la noticia de la invasión austríaca y prusiana, que en vez de frenar los ánimos, los motivó más en su furia antimonárquica. El día 15 de julio, los cordeliers solicitaban la suspensión del rey, lo mismo que el Club de los Jacobinos de Robespierre, partidario de sustituir a la Asamblea Legislativa por una Convención Republicana. Durante los últimos días de julio, llegan a París tropas federadas: bretones, marselleses (con la canción compuesta solo semanas antes, que se convierte en el himno revolucionario), sumándose enseguida a los sans-culottes.