Mateo de Toro y Zambrano: «¿Qué sucedió los días previos al 18 de septiembre? ¿Cómo un realista se convierte en la cabeza de la 1era Junta Nacional de Gobierno?
Mateo de Toro y Zambrano, “El conde de la Conquista” era un hombre agotado, de 85 años (avanzada edad para el promedio de la época), fatigado y con problemas de insomnio, debido a la convulsión social, generada por pensadores «ilustrados» y/o «conspiradores», que habían sido recientemente tomados presos, como José Antonio de Rojas (de 78 años) y Juan Antonio Ovalle (60 años), ambos exiliados a Lima (por poco se les une Bernardo Vera y Pintado, de apenas 30 años, ya que estuvo preso en Valparaíso junto a sus compañeros, pero un doctor que declara que estaba demasiado enfermo para el viaje lo salva de cruel destino).
Francisco Antonio García Carrasco era en ese entonces el gobernador de Chile (el presidente en términos actuales), y fue él quien en mayo de 1810 decretó el arresto y prisión de los tres hombres contrarios al rey.
Juan Antonio Ovalle, era procurador del cabildo antes de su arresto, y se opuso fuertemente al traslado de 4.000 lanzas (artesanales) al Callao. García Carrasco que ya sabía del historial de insubordinación que tuvo años atrás en Quito contra el rey, le daba miedo que esas lanzas se mantuvieran en Chile y pudiesen quedar en manos equivocadas. Además, el cabildo era un organismo que representaba a los locales (burgueses chilenos) que estaban enemistados con el gobernador, no les molestaba la idea de convocar a una «junta de gobierno», el rey de España ya cumpliría dos años cautivo y, ¿No era una junta en sí lo que hicieron los españoles en respuesta a la ocupación francesa?
José Antonio Rojas, era un subversivo de la vieja escuela. Ya en 1780 fue arrestado junto a dos franceses por trabajar en ideas en favor de una «república de Chile». Pero eran ideas tan adelantadas para la época, que era tratado más como un loco, que como un peligro en sí, no daba ni siquiera para un castigo. Sería famoso por poseer escritos prohibidos en Chile, como la «Enciclopedia de Diderot” y “d’Alembert”, por lo que su hogar con dichos ejemplares se transforma en el punto de reunión de santiaguinos progresistas (Rojas al final de todo, es tomado preso por poner su casa a disposición de Ovalle y Vera, más que por hacer algo directamente contra la gobernación local).
Bernardo Vera y Pintado, era el mayor problema, ya que quedándose en Chile y como secretario del cabildo nada menos, sería una amenaza para la política local, al no poder exiliarlo por su estado de salud.
Mateo no deseaba el cargo de gobernador que se le otorga, pero lamentablemente fue a causa de sus propias decisiones. Buscó con persistencia el título de brigadier de los ejércitos del rey, el que consiguió luego de mucho insistir a Madrid. Pero el título no le trae riqueza alguna, solo lo transforma en la única persona del reino que no podía por ley rehusar al cargo de gobernador de Chile, debía tomar el cargo solo él y nadie más.
Es un tanto inevitable pensar en como García Carrasco fue en cierto modo el detonante de todo, al decidir expulsar a Ovalle y Rojas a Lima, con ello encendiendo la reacción de la aristocracia criolla de Santiago y el miedo de Toro y Zambrano. Un elemento en la personalidad del ex gobernador de Chile que puede explicar gran parte de su decisión, es un rasgo notorio en su personalidad, su «impulsividad». Sabemos de la llegada de una carta del virrey Cisneros de Buenos Aires, que en realidad no decía nada sobre los hombres que serían deportados (si hablaba reconociendo el clima político dividido), pero hace actuar decididamente a García Carrasco sin pensar en consecuencias sobre los revolucionarios ilustrados.
García Carrasco se ve enfrentando el descontento del pueblo, pero hay que recordar que no dejaba de ser un representante del rey y tenía el poder de las armas de su lado (el cuartel de artillería y los dragones, aquellos temibles soldados del ejército de La Frontera ubicado en Concepción), un tanto en temor a que se repitiera lo de Buenos Aires, con la revolución y forzada salida del cargo del virrey Cisneros. El descontento popular se respiraba en las calles un 11 de julio de 1810, García Carrasco temía salir de su casa, miles de huasos en nombre de sus enfurecidos hacendados se congregaron en plaza buscando la cabeza del gobernador, quien decide refugiarse. Fue en la Real Audiencia donde los vecinos le hablaron directo sobre los reparos que tenían en su contra, y al ver que no tenía apoyo alguno en su petición de sofocar el levantamiento, debe ceder y prometer el regreso de los 3 independentistas marginados. Aquel 11 de julio de 1810, será recordado como el día en que los terratenientes le doblaron la mano al representante del rey, para muchos el verdadero día que deberíamos celebrar como «18 de septiembre».
El problema del asunto surge en que la promesa de García Carrasco no pudo ser cumplida, ya que el enviado a Valparaíso no llegó a tiempo y el barco con los prisioneros ya había salido rumbo a Lima. Al saberse esto en Santiago, García Carrasco se encontraba en el cuartel de la artillería, se rumorea que realizó una convocatoria general, en la cual llama al apoyo a cualquier esclavo que quiera su libertad y a los hombres, por su puesto, del ejército. En contraparte, hombres revolucionarios, recorrían las calles armados, amontonándose por sobretodo frente a las puertas del cuartel de artillería para matar a cualquier soldado que pudiese responder al llamado del gobernador (esta sería catalogada como la segunda revolución, del 13 de julio de 1810).
Los miembros de la Audiencia hablaron con el aislado (políticamente) García Carrasco, quien previa consulta con su confesor, dimite de su cargo. Se gesta por ende una asamblea extraordinaria donde acude el cabildo con sus representantes, Mateo debe ir como el jefe militar de mayor grado. García Carrasco al preguntar quien iba a sucederlo, los oidores apuntan todos al conde, el cual ya resignado a fin de evitar una guerra, se convierte así en el gobernador del reino, pero no nombrado por el rey, sino por un acuerdo entre la Real Audiencia que temía una revolución y el cabildo que apuntaba por la separación total con España.
Ambos bandos hicieron sus jugadas en torno al nuevo Gobernador. Por su parte, La Real Audiencia, con sus oidores, querían obligarlo a firmar un documento que decretase el respeto al gobernador anterior (García Carrasco) y la prohibición de formar juntas de gobierno (un intento inútil contra los revolucionarios, que nunca respetaron las “letras”). Luego el cabildo hace su movimiento, al recomendar al gobernador que nombrara a Gregorio Argomedo como su secretario y a Gaspar Marín como su asesor (dos de los más partidarios de la independencia).
El 22 de julio, día importante para los radicales, ya que en masa salen a las calles a recibir al recuperado Bernardo Vera y Pintado, hombre el cual aún seguía en un proceso judicial. Mateo como presidente de la Real Audiencia que era, estaba en la encrucijada de si tomarlo preso o no, pero decide no tomar acción, e incluso en comidas organizadas para sus colaboradores era un invitado más dentro de la burguesía criolla.
A Mateo le llega una carta del Consejo de Regencia en España, donde amablemente instan a enviar un diputado representante (sin saber claro, el caos que se respira en Chile), además nombraron a un gobernador para Chile, Francisco Javier de Elío, el terrible gobernador de Montevideo, enemigo número uno de la junta autónoma que gobernaba Buenos Aires, quien con asesino a los rioplatenses del cabildo local.
Mateo de Toro y Zambrano tenía que enfrentar aún el momento más difícil, con la presión social de todos los bandos, se decanta finalmente por proclamar fidelidad al Consejo de Regencia en Cádiz, organismo el cual regía España, en contra al rey (en contra a los reyes franceses del momento). Una decisión seria, que establecía el alejamiento completo de la realeza imperante actual en España.
Mateo era un hombre agradecido con España, ya que fueron quienes le dieron la oportunidad de comprar la hacienda Graneros, que era casi un país dentro de otro. Que en otros tiempos fue posesión de los jesuitas, al ser expropiados y exiliados, reclamaban que la Corona ni siquiera le cobró la propiedad a Mateo. Gregorio, uno de los hijos del conde, temía por esta propiedad, ya que los patriotas verían la oportunidad de sacar beneficios en cualquiera de las posesiones del rey “Fernando VII”, el cautivo de los franceses, los cuales además hablaban jactanciosamente a modo de conveniencia de este rey, su rey, buscarían tomar la joya de la realeza, la haciendo Graneros.
Llega correspondencia el día 6 de septiembre, dando las noticias que serían un golpe para el pronto antiguo régimen. Se informa que Córdoba, la ciudad realista y última esperanza contra la junta de Buenos Aires, cae en manos de estos, escapando las autoridades y los obispos por su vida. Esto posiciona a los rebeldes porteños a un paso del Alto Perú, la cual podría ser la última para para llevar a Lima.
Es así como el miedo de los españoles en Santiago se activa, y comienzan a armar fútilmente, ya que el mismo realista Francisco Javier Reina, jefe del cuartel de artillería, declaraba que aunque se armaran no ganarían contra los inquilinos patriotas de la ciudad. En ese escenario es que el 11 de septiembre, el cabildo insta a Mateo a convocar una reunión, que en primera instancia aceptaría, pero la visita de los oidores lo hizo rápidamente desistir de tal pretensión, ya que no era tonto, sabía que el motivo de la reunión sería convocar a una junta. la ira de Mateo se desata al día siguiente, en que los hombres del cabildo vuelven a insistir, convocando ahora a debatir a ambas partes ante la insistencia (no era una reunión oficial aún). Desde el cabildo dicen que no aceptaran a Elío como gobernador y que correspondía convocar a una junta de gobierno que tomara el poder. Mientras que la Audiencia, dice que como se había decidido aceptar al Consejo de Regencia de Cádiz como autoridad, correspondía aceptar lo que dijeran ellos, en este caso al gobernador Elío.
En Santiago se respiraba guerra, por su parte los españoles se atrincheraron en el cuartel de artillería (subieron incluso un cañón al techo), mientras los partidarios de la junta, realizaban rondas policiales por la ciudad, en las que incluso el alcalde (Eyzaguirre) encabezando, intenta tomar el cuartel, pero sin éxito. Esa noche lograría lo improbable, ya que vuelven a ir a la casa del conde, pidiendo una reunión para “mejorar todo”, a lo que el conde ya cansado, responde afirmativamente.
El día 13 de septiembre en la mañana, Mateo tenía a todos en su casa, incluyendo al jefe militar Reina, que cansado y de mal humor, termina por decidir retirarse de la reunión y dejar solo a Mateo con el grupo de radicales, que sacaron a tema la convocatoria a cabildo abierto para el 18 de septiembre, la cual se termina por aceptar.
Como por arte de magia, la Audiencia desaparece, Reina se esfumó y de intelectuales de los realistas como Rodríguez Ballesteros tampoco se sabía nada. Probablemente lo poco de realistas estaba solo reflejado en su hijo Gregorio que se mantenía firme en su posición (único de sus hijos en ese bando, ya que el resto lo apoyaba en la idea de hacer la reunión), junto a su esposa (nuera de Mateo), Josefa Dumont, quien llorando le rogaba cambiar el rumbo de los hechos. Mientras ocurría esto, los patriotas imprimían invitaciones para la junta del 18 de septiembre, que no eran más de unas cuatrocientas, de las cuales solo quince fueron repartidas entre españoles (de un universo de 2.000 en Santiago), marcando así el preludio del inicio de una nueva época, una fecha que se plasmará para siempre en la historia de los chilenos.